Fabio, hijo mayor de Gabriel, fue mucho más que un hermano y un instructor en el Trabajo en Córdoba. Fue un referente silencioso, generoso, cuya presencia dejó huellas profundas en quienes tuvimos la fortuna de compartir con él el camino. Su aporte más recordado —y celebrado— al grupo fueron sin duda las cuidadosas y siempre significativas selecciones de películas que propuso en numerosos ciclos de cine que nos reunieron durante años.
Aquellas películas, con sus personajes, tramas y atmósferas, no fueron meros entretenimientos. Fueron verdaderas herramientas de trabajo interior, espejos y puertas. Las tareas que nos proponía al verlas nos invitaban a observar con más atención, a reflexionar con mayor hondura, a vincularnos con lo que veíamos y con nosotros mismos desde un lugar más despierto.
Gracias a Fabio, el cine se transformó en un lenguaje compartido dentro del grupo. Un lenguaje que nos permitió nombrar, con imágenes y metáforas vivas, muchos de nuestros procesos más íntimos. Las películas nos ayudaron a comprender y dar forma a nuestros descubrimientos sobre la vida y la muerte, la conciencia y el sueño, el amor y el arte, el deseo y la verdad.
Ese legado sigue vivo. En cada escena que recordamos, en cada conversación que remite a un personaje o a una frase, en cada vínculo que tejimos gracias a esas experiencias, Fabio está presente. Su sensibilidad, su mirada y su forma de compartir el Trabajo quedarán siempre en nuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario